sábado, 4 de abril de 2009

(Sin Título). Fragmento.


El día en la población se desarrolla prácticamente igual que en los anteriores. Muchas cosas no cambian y si han de variar algunas, son quizás imperceptibles y de poca relevancia.

En el corazón de la población está la cancha de fútbol, cerrada hace ya varios años por alguno de los programas gubernamentales para el deporte amateur. Tras las panderetas de esta especie de “estadio”, por la parte que da al exterior, la vida de muchos de los vecinos converge. De una u otra manera, casi la mayoría de los lugares que concitan aglomeración de personas bordean la cancha. Los almacenes detallistas, un depósito de gas licuado, una botillería con máquinas tragamonedas, oscuros locales para servirse alcohol, legales o ilegales, un jardín infantil, una nueva sala cuna, una iglesia evangélica y a poco andar otra católica, un paradero de microbuses, entre otras cosas.

El aspecto del lugar, es indudable, ha mejorado. La pavimentación de las calles es completa desde hace un par de meses, por lo que le ha dado una vista diferente a la población, en conjunto con los mejoramientos de las viviendas paulatinos. Sin embargo, algo parece no estar funcionando bien. Algo hace que el color de la población siga siendo gris, como cuando el polvo de los autos y las micros nos dejaban los cabellos plomos y los adornos de los interiores de las casas empolvados.

Y no hace falta detenerse mucho tiempo para identificar los principales factores que “frenan” la brillosidad con que se supone debemos empezar a ver el barrio. Ese ejercicio resulta sencillo. Por ejemplo, lejos de disminuir el número de alcohólicos que rodean las paredes externas de la cancha, van desgraciadamente aumentando. No son pocos los que pierden días enteros parados en las esquinas, esperando la moneda salvadora o la invitación deseada que les permita mantenerse como el cuerpo les pide, borrachos.

No es un hecho aislado, no es una casualidad ni una predestinación, pero muchos de los hijos de esos borrachos ya han dejado el colegio, en plena enseñanza media o básica. No es casualidad tampoco que los hijos de estos borrachos sean muchos, tantos que en el día no caben en sus casas y tengan que salir a jugar a la calle, calle donde lamentablemente su padre, su tío o su abuelo, tradicionalmente ejemplos a seguir, beben alcohol a destajo.

A causa de que no caben en las casas porque son muchos los integrantes de las familias, deciden, lo que siguiendo esa lógica resultaría adecuado, arranchar sus casas, agrandándose precariamente hacia los costados con materiales ligeros y comodidades difíciles de encontrar, como si se tratase de la solución perfecta, aún cuando los programas habitacionales, dada sus vulnerabilidades, pueden serles favorables a cambio de un poco esfuerzo monetario. De esa manera habitan en la humedad del invierno y lo sofocante del verano, en espacios reducidos y sin separaciones de ambientes, cuatro paredes son cocina, living y dormitorio. Es más, a medida que pueden siguen, de a poco, extendiendo el rancherio hacía ya lugares casi inimaginables, sin ninguna aparente intención de algún día obtener una vivienda propia, digna y cómoda.

Esas cosas hacen ver al barrio estancado (detalles que hacen clave nuestro subdesarrollo), sin dejar atrás que ya muchos se han dado cuenta de que ese no es el camino efectivo para enfrentar las cerca de ochenta años promedio que vive hoy un chileno y han decidido salir adelante por sí solos, algunos con el apoyo de los padres y otros, en forma individual. Por lo visto, sí tenemos razones para ser positivos. Lo demás, debería corresponder a preocupaciones que hay tener para tratar de alcanzar una satisfacción generalizada (detalle clave para el desarrollo).

Mientras pasan las horas, hay movimientos de gente que ya sea llega a almorzar del trabajo, del colegio o de la picá`, etc. Con este movimiento reaparecen también los perros vagos, que tampoco son un número menor, encargándose de saludar o espantar, dependiendo de quien se trate, a algún visitante ajeno al pasaje de la población. Casi siempre carteros, ciclistas y motoristas, muchas veces carabineros, corresponden a la segunda alternativa. Entonces, eso representa otra característica que opaca el avance de la población.

Sin embargo, a pesar de las cosas que hacen que la población permanezca en un a priori “estancamiento”, sus principales protagonistas no parecen estar preocupados. Abundan los juegos de niños, que muchas veces dificultan el paso de los automóviles, las risas, los gritos, una que otra fiesta, los muchachos parados en las esquinas (no creo que exista otra expresión física mayor a esa para perder el tiempo).

Aquí las mujeres se encargan de arreglar, como puedan, a los hijos, y los hombres de traer el sustento. En este sentido también ambos parecen cumplir sus tareas a medias. Sobre todo los hombres, muchas veces los mismos que se paran en la esquina, dejan mucho que desear como sostén familiar. Trabajar dos o cuando mucho tres meses seguidos resulta imposible sin hacerse un recreo constante una vez terminado el periodo de trabajo para perderse en ocasiones por igual número de meses en el alcohol. En aquellas circunstancias es muy poco lo que puede hacer la madre para sacar adelante a su familia, por lo que decide sentarse en la banca de madera de afuera de su casa, ubicada entre dos árboles, bajo la sombra, tardes enteras a conversar con las otras madres, que muchas veces son sus mismos familiares. Pues, familias enteras viven a muy pocos metros de distancia y en muy pocos metros cuadrados de extensión, haciendo del apoyo intra-familiar la base de su subsistencia.

De esta forma viven hacinados, en condiciones que podrían ser mucho mejores si se lo plantearan, con pocos ingresos producto de las irresponsabilidades o dificultades, para no involucrar a todos los padres –por lo menos de mi cuadra- (uno que otro se salva) para salir adelante con su familia.

Por supuesto que la droga también está presente. Cómo no nombrar a la (está claro que no lo es), como a veces se puede escuchar en ambas cámaras del Congreso. Diferentes son las historias de los caudillos de la marihuana, en el que un mal día para ellos son allanados y un buen día (que generalmente no tarde en llegar) son liberados mágicamente para seguir con el gran negocio (¡una que otra ley les favorece siempre!). No es difícil saber los lugares dentro de la población, diferentes códigos que se hacen constantes. No me costó mucho deducir porque tantos jóvenes (hablo de muchos, en ocasiones demasiados) caían en gracia de una familia del pasaje paralelo al que vivo. Tantas visitas de un sector contemporáneo al mío, unos más “flaites” y otros más “piolas”, seguramente no obedecía a la simpatía entre la familia y los visitantes. Es esa la vulnerabilidad de la que se alimenta en demasía la población, algo que no fluye bien entre padres e hijos, algo que seguramente, en un porcentaje importante por lo menos dentro del barrio, no engrana como debería.

A simple vista el microtráfico y el consumo de marihuana ha aumentado notablemente, ya el Plan Cuadrante de Carabineros hizo su trabajo, que no se le critica de ningún modo, en la delincuencia, pero una falencia importante es esta, y que si las policías no resuelven a tiempo puede llegar a costar caro para nuestro capital social.

Se entiende entonces que la convivencia, en estas circunstancias, si bien es cierto no es mala, sí llega a ser complicada. Sobre todo por la mediocridad en que se desarrolla en ambiente y en el que difícilmente podrá llegar a motivarse a las generaciones que ahí crecen para ser mejores individuos. A este paso, es difícil pronosticar buenos augurios. Más bien sería irresponsable (idea que me parece no comparten las cabezas dirigentes).

Algo hace falta y que impresionantemente a nivel de autoridades, no se está haciendo, y que como consecuencia de aquello, solo a nivel de sociedad es muy difícil combatir.


J.C.T.M. 2009

¿Qué le pasa a un mortal que pone en duda la existencia de Dios?

jueves, 2 de abril de 2009

La simple necesidad de intentar llenar espacios que no sé en qué lugar me parecen estar vacíos.
las ganas de crear lentamente algo que de seguro jamás se completará.
Espacios de allá o espacios de acá, qué importa,
si al fin y al cabo son espacios vacíos.

Así, de esta forma, espero aportar con algo.

Para empezar no me parece nada más apropiado que una de las columnas que Cristián Warnken escribe en El Mercurio, sí...en El Mercurio...Me costó trabajo elegir cual de ellas colocar, pues, cada una deja un sabor distinto que inspiraría casi a cualquiera. Cosas que se agradecen leer de vez en cuando, y que quiero compartir. Una bueno forma de arrancar...



Quien Sabe...

Todavía no amanecía. A la hora más misteriosa de todas, me senté a mirar por la ventana de la biblioteca que da a mi jardín, a esperar el primer rayo de luz. Hora incierta, en el "todavía no" de los pájaros y en el "sí" de la estrella de la mañana.

Ahí estaba, rodeado por mis cinco mil libros y por un silencio vivo. Ese silencio que sabe más de nosotros que lo que nosotros de él.

Todavía no amanecía, y yo estaba ahí, hechizado por la hora más pura de todas.

Y, entonces, una voz que podría haber sido la mía o de otro (¿de quién?), como salida de ninguna parte, me susurró al oído muy suavemente y me dijo: "No sabes nada". Eso fue todo, dicho con un tono no de recriminación ni de burla, sino con serenidad y -así lo sentí- infinita ternura. "No sabes nada". Nada más y nada menos. Miré hacia todos lados, buscando a alguien (una presencia) que me hubiera hablado. Pero no había nadie. En realidad estaba yo. Yo y nadie (esa voz) y el silencio.

Entonces tuve una sensación inédita que me traspasó entero como un rayo, que se instaló en todo mi cuerpo, en cada célula, en cada poro: la sensación absoluta, total de no saber nada. Un "no sé nada" temblaba en toda la habitación, como el "nevermore", aquel del cuervo del poema de Poe. Pero los pájaros todavía no habían alzado el vuelo en mi jardín. Y el primer rayo de luz aún no entibiaba el pasto.

Entonces, sentí que todos los libros que me rodeaban se ponían a llorar al unísono, como niños perdidos en el bosque. ¡Mis cinco mil libros lloraron! ¡Lloraban de saber que no sabían! Los libros de filosofía, de ciencia, de teología, de literatura, todos lloraron. Yo y mis libros lo entendimos de inmediato: nadie en esta dimensión en que nos tocó vivir, bajo este cielo y sobre esta tierra, sabe nada. Los que dicen que saben, mienten: se mienten a sí mismos y derraman una mentira que infesta al mundo. Todo aquel que esté dispuesto a esperar la hora más misteriosa e incierta de todas, sentado frente a su jardín vacío, escuchará tarde o temprano esa voz que le dirá lo único que hay que saber an-tes de que amanezca: que no sabemos nada. No hay nada que saber. Por ahora. Nada.

Entonces me pareció oír las preguntas desesperadas de tantos que -como niños huérfanos de certeza-, arremolinados frente a mí, como frente al mensajero que trae una noticia terrible, dirían: "¿No sabemos nada? ¿Nunca sabremos? ¿Podremos vivir sin saber?".

Entonces los abrazaría como a hermanos en lo incierto, y con la misma paz de esa voz oída en el silencio de mi biblioteca, les diría: "No sé nada, no sabemos, no hay que saber nada". ¿Y qué haremos entonces con nuestras amadas certezas que llevamos en la sangre? ¿Qué haremos con todos nuestros muertos, con todas nuestras preguntas, con nuestra sed de saber, con lo que nos quema el corazón? No haremos nada: saldremos a nuestro jardín -otra vez como niños- a jugar que no sabemos, a aprender -como fue antes- a no saber. Y entonces imaginé a millones de seres humanos -de todas las creencias, razas, edades- salir a la calle -como cuando nieva- a mirarse como niños perdidos y felices, a decirse unos a otros: "No sé". Vi al ateo decirle, sin soberbia, al creyente: "No sé". Vi al creyente decirle al ateo, sin miedo: "No sé". Vi al científico reduccionista decir con infinita dulzura: "No sé". Vi a los sabelotodos, con el rostro iluminado por una luz inédita, decir: "No sabemos nada".

Y entonces, justo cuando el primer rayo de sol cayó sobre el pasto y el primer canto de un pájaro irrumpió en el silencio del alba, me asomé a la ventana de mi jardín y vi algo extraordinario, que me emocionó hasta las lágrimas: ¡Un niño muy pequeño, el más hermoso de todos, caminaba sobre las aguas de la piscina! Juro que lo vi: ¡Un niño caminaba sobre las aguas! Fue entonces cuando comenzó lentamente a amanecer...