lunes, 25 de marzo de 2013

LA POLIARQUÍA DE LOS “MOVIMIENTOS SOCIALES



Por @HijodLeviatan. Publicado originalmente en www.lapulenta.cl

 Abstract: Los movimientos sociales de los cuales hemos sido testigo esto últimos años vienen a presentar un conflicto que ha estado latente desde hace mucho tiempo en la estructura política democrática. Este conflicto tiene que ver la nula participación política real que los sistemas democráticos ofrecen a los ciudadanos que bajo ella se desarrollan. En este sentido, la expresión de descontento no sólo está dada por cuestiones materiales, sino que también por el ejercicio reflexivo de comprenderse como un sujeto social que pertenece a un grupo, comunidad o como usted quiera llamarle. Así, estos movimientos llegan a deslegitimar el régimen democrático desde sus cimientos y a expresar un nuevo modelo de gestión políticas (que aunque ellos no lo saben claramente) es mucho más amplio, directo y sincero, me refiero a la poliarquía. 


Desde hace unos años, hemos venido siendo testigos privilegiados de algo que  la mayoría de los denominados observadores sociales, especialistas o analistas internacionales, han denominado como el despertar de la ciudadanía, indignados, primavera árabe, etc. A estos fenómenos de expresión masiva de descontento se les ha adjudicado el cartel de ser un nuevo espacio político, en donde, finalmente “se ha democratizado el ejercicio político”. 
     Sin estar en desacuerdo con aquella idea me pregunto, si es democracia precisamente lo que han hecho los movimientos sociales, particularmente en el que hemos visto en Chile durante (principalmente) los últimos dos años.
 Las condiciones en las que actualmente se desarrolla el proceso denominado como capitalismo avanzado presenta dinámicas productivas perversas, por un lado una manifiesta (y cada vez más descarada) externalización del trabajo y es así como podemos ver a las grandes empresas fabricando en espacios que no tienen ninguna relación histórica con su propio desarrollo. Sabemos casi como hecho de la causa que si hubiera vida en la luna y fuera más barato que China, sus zapatillas dirían made in luna, pero esto es harina de otro costal, volvamos a lo nuestro. A esta progresiva y casi enfermiza externalización del trabajo se le agrega el control de los medios de comunicación, expansión que por cierto se sigue propagando y que, orienta a  la población hacia dinámicas de mayor consumo, individualismo y competitividad.
En definitiva, el paradigma ideológico - económico  en el cual la mayoría de los seres humanos hoy vive (y a la que el resto ve como modelo) ha subordinado el papel de lo social a lo económico, pero no solo en términos ideales, sino que también en cómo se expresa materialmente la participación política  en las sociedades capitalistas actuales (a la que Chile por supuesto pertenece). Es indudable que el capitalismo no es sólo un paradigma económico, es más, no existen los meros modelos económicos ya que todos poseen una estructura ideológica que les subyace y en este sentido es innegable que el establecimiento de  la subordinación de lo social a lo económico es el elemento esencial para su desarrollo posterior.
En este marco, el régimen político denominado como Democracia se define en términos simples como el gobierno del pueblo, sin embargo, diversos pensadores han concordado que este gobierno del pueblo es irrealizable desde el punto de vista material e insulso desde el análisis político serio. Para Robert Dahl por ejemplo, Democracia es un concepto únicamente teórico y por lo mismo, no necesariamente se expresa hoy en la realidad, ni se ha expresado anteriormente, o posiblemente lo haga en el futuro. Es a partir de este análisis que exhibe el concepto de Poliarquía, ésta, en un plano bidimensional, es un régimen con alto grado de apertura y de debate público. Entonces, ¿Poseen esencia poliárquica los movimientos sociales? Lo importante, es que lo que entendemos como Democracia sólo es un hecho teórico que no necesariamente se manifiesta en la realidad y la Poliarquía por otro lado, en términos teóricos, se presenta como un régimen que ostenta un alto grado de apertura al debate público entregando mucho más espacios a aquellos que no pertenecen a las elites, pero que sí se comprenden como sujetos políticos.
 Es precisamente esto lo que han hecho los movimientos sociales, es decir, devolver a la ciudadanía al debate público, sobre todo dentro de una ciudadanía que aún parecía somnolienta y temerosa luego de la dictadura de Pinochet. Ahora, ¿Tienen cabida tienen los movimientos sociales dentro de un sistema democrático? A mi juicio ninguna. Y es así porque el sistema no está pensado para este tipo de participación política, es más, su función actual no es más que producir y reproducir las reparticiones de cuotas de poder. Es evidente que no se le  puede pedir a un régimen que funcione de una forma para la cual  no ha sido diseñado, es por esto que es necesario modificar la forma de conceptualizar y de hacer la política y lo político, he ahí el poder de la poliarquía ya que permite, incorpora y funciona pensando en espacios muchos más accesibles de participación ciudadana.

   Lo más relevante de los movimientos sociales, como ha dicho Luis Pinto en unos de sus trabajos recientes, es que su éxito no ha sido a nivel material sino que en el espacio de las ideas. Su conquista no está en reformas concretas y realmente profundas al sistema educacional o a las estructuras políticas existentes en Chile. (Que como sabemos, son herencia no deseada de la dictadura) sino que está en la validación del debate político como ejercicio legítimo que hemos de realizar, reposicionando así  lo político como una acción social relevante que se expresa por sobre lo netamente económico, entendiendo de esta forma que el régimen democrático actual dominado por el poder económico no entregará respuestas adecuadas. El triunfo ya está aunque únicamente sea en lo  discursivo. No obstante ojo, sólo por ahora.


miércoles, 6 de marzo de 2013

Chavismo del Siglo XX y Peronismo argentino; Una comparación estúpida.




 Muchas opiniones, desde editoriales pasando por columnas y crónicas periodísticas, han sido divulgadas desde la elección de Hugo Chávez en el mes de Octubre ,dando a entender un símil entre Chávez y la revolución bolivariana del S XXI, con un cáncer en ciernes, y el fenómeno de masas propias del Peronismo en Argentina en  que en los años setenta tuvo un final catastrófico, a primera vista es una hipótesis que tiene ciertos parecidos (movimiento social , carisma de un líder etc.) pero que, sin embargo ,no pueden ser comparados como un símil.

Siendo claros gran parte de estas editoriales provenían de diarios claramente contrarios, por no decir reaccionarios frente a fenómenos sociales en América Latina y en especial Venezuela (Llamase CNN, El País y su copia chilena La Tercera). Pasando por alto la discusión en torno al legado de Hugo Chávez y sus contradicciones, debemos hacer hincapié en que esta comparación cae en la estupidez. Me remitiré a dos aristas principales.

La primera tiene que ver con que gran parte de este tipo de comparaciones pasa por alto una clave del análisis social e histórico, el comparar contextos sociales, históricos y políticos con nociones actuales, siendo claros el fenómeno del Chavismo en Venezuela tiene claves propias del proceso venezolano, que nace de una crisis política gentileza a un sistema de partidos corrompido unido a un descontento social que el movimiento social ,que el chavismo fue capaz de encausar, por otro lado el Peronismo en Argentina se corresponde mas a un populismo con cierta raigambre en la izquierda (llamase en Chile a un Arturo Alessandri y elcielito lindode los años veinte) que sin embargo contenía en si mismo una arista mas Fascista de masas.

Una segunda que es de fondo y tiene que ver con la prolongación del proceso en el tiempo, en el caso argentino esto es mas nítido (puesto Perón murió hace casi 40 años), el peronismo y su congenie entre un populismo y nacionalismo fascista hizo que el propio Sistema político se distorsionara a tal punto que hoy en día encontramosherederosdel peronismo tanto en Carlos Menem (en su versión mas neoliberal y capitalista) como actualmente en Cristina Fernández (en su versión mas socialdemócrata) ;en el caso venezolano, sin embargo, la muerte de Chávez, y pese a todo el optimismo de parte de la prensa internacional, podemos apreciar mas que una división en el espectro político venezolano en torno a una persona ; un afianzamiento en el proceso político y colectivo venezolano , que mas allá de ganar o perder una futura elección en Venezuela , dan entender un camino ya visto y analizado como es la llamada Revolución Bolivariana.
 

Podemos concluir esta modesta opinión que esta comparación errónea entre Peronismo/Chavismo solo tiene razón de ser en los análisis simplistas que tratan de ubicar todos los procesos históricos en claves actuales pasando por alto los propios procesos que se viven en aquellos países.

Va hacer precisamente lo que muchos analistas olvidaron el aval para saber cual va ser el proceso venezolano y latinoamericano sin la presencia de Chávez. Sera la propia historia la que ubicara estas claves en una correcta medida aunque soy un convencido que los procesos sociales y políticos se afianzan más en procesos colectivos que en el carisma de un líder.

sábado, 12 de enero de 2013

Y otra vez! el gusto por separarlo todo.

En nuestro afán como blog de compartir y divulgar opiniones e ideas que nos parecen interesantes, les dejamos la siguiente columna de publicada originalmente en www.ballotage.cl. está demás decir que he sido autorizado para pulicar esta entrada. Atte. @HijoDeLeviathan



The Fantastic Flying BooksNo cabe duda alguna: provechoso es, al momento de estudiar algo, descomponerlo para poder describirlo y analizarlo mejor; para poder dar cuenta con mayor exactitud de sus propiedades, características y atributos. Sin embargo –ya lo hemos comentado en otras oportunidades­–, también es muy riesgoso, sobre todo cuando, luego de diseccionar el objeto, no nos esforzamos por reconstruirlo cuidadosamente respetando, en la medida de lo posible, sus propios patrones originales; momento en que, dichos sea de paso, corremos el riesgo de terminar trabajando con un objeto, tema o materia muy diferente y distante de lo que habíamos considerado al comienzo. Pongo nuevamente el tema sobre la mesa –el tema del gusto por separar, disgregar y descontextualizarlo todo– a propósito de la enseñanza de ciertos contenidos literarios en la educación formal de nuestro país.

Que la literatura y su enseñanza quedan día a día relegadas a un segundo plano es una triste realidad. Que, cuando toca revisar estas materias dentro de la sala de clases se hace (la mayoría de las veces) desde una perspectiva completamente funcional y parcelada, también. No es novedad que se prefiera “describir” –y sólo describir– en vez de “interpretar” o “crear”, que el profesor prefiera “dictar” en vez de “dialogar”, y que los alumnos prefieran “acatar” en vez de “proponer”. Con sistemas de medición aplastantes (Simce y PSU) condicionando el ritmo del aprendizaje –llevándolo a cotas tan absurdas como vertiginosas–, resulta lógico no pensar más la sala de clases como el espacio físico del diálogo y las ideas, sino más bien como el espacio de la labor automatizada. Es decir, la sala de clases convertida en el espacio del aprendizaje gratuito, válido en sí mismo, desconectado de todo sentido y vinculación con la realidad: un aprendizaje enciclopédico sin otro espíritu que ser, como dijimos, funcional (a las calificaciones impuestas, a los sistemas de medición estandarizados, a los designios de una superestructura de poder, etcétera, etcétera, etcétera…).

En este contexto, se instalan múltiples teorías literarias sistematizadas con fines específicos y reducidas –la mayoría de las veces– a simples taxonomías: son, en su conjunto, un cúmulo de rótulos, de etiquetas que muchas veces se tornan insuficientes y en ocasiones hasta contradictorias entre sí cuando se llevan tan solo un nivel por sobre lo básico (cosa que, por lo demás, no importa mucho si consideramos que, en esta realidad, la relación entre profesor y alumno se basa única y exclusivamente en la mera transmisión de datos). Lo penoso de todo esto es que en función de este tipo de contenidos las posibilidades de la literatura –y de las actividades que pudieran surgir a partir de ella– se anulan casi por completo, puesto que la obra literaria se convierte en un mero pretexto y se termina abordando de un modo completamente artificioso y segregador: lo que puede haber “más allá” es, simplemente, irrelevante. Pongo un ejemplo concreto: los tipos de mundo literario.

Sin ánimo de dilatarme demasiado, bastará con decir que tradicionalmente se suelen clasificar los tipos de mundo literario (o sea, los tipos de mundos “ficticios”) en base a ciertos criterios. Uno de los más recurrentes es el que dice relación con el efecto de realidad que provocan en el lector, vale decir, si estos mundos, al ser presentados, producen un “efecto” en el lector (por ejemplo, una sensación de asombro). Así, se distinguen tres mundos posibles: el realista (regido por las leyes de nuestro propio mundo “real”), el fantástico (donde el estado “normal” de lo real se quiebra al introducirse un elemento que atenta contra dicho orden) y el maravilloso (donde se presentan como normales los elementos más alejados a nuestra realidad y que antes pertenecían al quiebre). En tales casos, el mundo fantástico es el mundo del asombro por excelencia. Sin embargo, quedan aquí muchas explicaciones pendientes.

Al margen de los resquicios teóricos que puedan quedar en el tintero en esta oportunidad, me conformaré con referir un par de cosas. Primero, es importante señalar que estas categorías se presentan de forma más o menos desvinculada, donde cada mundo es autónomo y no necesariamente se relacionan. Probablemente esto se debe a que el criterio que los rige es el de un efecto determinado, cuando sería más apropiado hablar aquí –según mi opinión– de un criterio de cercanía con nuestra realidad, donde nuestro mundo sería el punto de referencia más cercano (y, por lo tanto, el mundo realista el más cercano a nuestra realidad y el mundo maravilloso el más alejado de ella, aunque de todas formas vinculado). Segundo, que estos conceptos pierden gran potencial pedagógico cuando se consideran por separado: normalmente, se tiende a identificar ciertos escenarios posibles en cada uno de ellos, pero… ¿qué ocurre, por ejemplo, en algunos relatos de Cortázar, de Borges o de Juan Emar (por mencionar algunos)? ¿Existe en La noche boca arriba, La casa de Asterión o en El unicornio uno solo de estos mundos posibles? En ningún momento se hace alusión en la teoría acerca de, por ejemplo, la complementariedad de dichos mundos; tampoco se deja un espacio para poder considerar estos mundos como dimensiones o niveles de realidad. Al contrario, parece ser suficiente con que los profesores repliquen lo que está escrito en los manuales, por un lado, y que los alumnos apliquen las características de cada uno de ellos a alguna obra, por otro. Ni más ni menos. ¿Qué ocurre, sin embargo, cuando nos topamos con una obra como la primera entrega de Narnia?, ¿podemos establecer de forma única qué mundo es el que cobija estas historias? Pues yo creo no, en la medida en que estemos conscientes de que dentro de estas historias (como en las anteriormente citadas) existe una alternancia, un proceso, un estado de realidad que oscila entre un mundo y otro, entre un nivel y otro, y que se escapan inevitablemente a la rigidez del molde teórico en cuestión. ¿Qué es el ropero de Narnia sino la puerta de entrada, el vínculo mismo entre el estado cotidiano y el fantástico?, ¿acaso el ropero –y los niños que lo atraviesan– no se instala en el mismísimo quiebre, en el límite, en ese inter-espacio que no es ni cotidiano ni fantástico y que, no obstante, es también las dos cosas a la vez? Lo mismo con Harry Potter, lo mismo con Alicia en el país de las maravillas, lo mismo con un sinnúmero de novelas, cuentos y relatos que se utilizan como ejemplo para clasificaciones como ésta.

Que quede claro: utilizar como punto de partida estas etiquetas no es lo negativo. Lo verdaderamente negativo es quedarse en este nivel y sólo en este nivel; considerar este cúmulo de conocimientos como una gran lista que los alumnos deben memorizar (es decir, como un fin en sí mismo) y desperdiciar la oportunidad de asumirlo como un medio a través del cual se pueden conseguir otras cosas más valiosas como el desarrollo de una actitud analítica, crítica o estética (nuevamente, por mencionar algunas…). Y ojo, que hemos tomado, a modo de ilustración, tan solo una parte ínfima de todo el aparataje de análisis literario que suele utilizarse en colegios y liceos.

Sea la materia que sea, hacer la diferencia depende, en gran medida, de nosotros los profesores. Puede ser que los contenidos estén ya prefijados e insertos dentro de unidades y planificaciones preestablecidas con las características que revisamos en un comienzo (atomísticas, segregadas, inconexas); que nosotros mismos, de hecho, estemos inmersos día a día en una realidad escolar aplastante, poco motivante e igualmente incomunicada. Pero, como ya hemos visto, basta con que le demos una pequeña segunda vuelta a lo que enseñamos (preguntarnos por qué y para qué, por ejemplo), que vamos un poco más allá, que comencemos a otorgarle un sentido real a dichos saberes para que adquieran una nueva dimensión: integrar, unificar, relacionar incluso lo que en apariencia no tiene un mayor vínculo, y extrapolarlo a otros campos (de saber y de sentir) es un ejercicio que debemos realizar a diario si no queremos que el gusto por separarlo todo nos termine separando a nosotros también, poco a poco, de los alumnos y, lo que es más triste, de nosotros mismos.